Por Aram Aharonian
El
mundo no se acabó el 30 de julio, y Venezuela tampoco, pese a que la campaña
contra la Asamblea Nacional Constituyente tuvo en el presidente estadounidense
Donald Trump a su comandante en jefe, secundado por varios injerencistas e
intervencionistas regionales y mundiales de segunda línea. Y posiblemente esta
elección abra la posibilidad de construir un acuerdo negociado entre gobierno y
oposición con una visión de coexistencia entre las partes.
A
pesar del rechazo por parte de la oposición venezolana, de la exigencia de 13
de los 34 países de la Organización de los Estados Americanos (OEA) de
suspenderla, de las advertencias hechas por la Unión Europea que este proceso
aumentaría el riesgo de confrontación en el país, de las recientes sanciones
concretadas por Washington y de la intensa campaña de terror mediático
internacional, los miembros de la Constituyente se eligieron este domingo en
una fiesta cívica a la venezolana.
El
apoyo a esta elección de constituyentes en Venezuela –y así a la continuidad
del gobierno bolivariano- llega tras el triunfo de Daniel Ortega y el
sandinismo en Nicaragua y de Lenín Moreno en Ecuador, junto al debilitamiento
de gobiernos neoliberales como el golpista brasileño de Michel Temer y el de
Mauricio Macri en Argentina, y el posicionamiento de la oposición progresista
en Honduras y Paraguay.
La
masiva concurrencia demuestra el nivel de conciencia alcanzado por el pueblo
desde 1999. La gente salió a derrotar la violencia, el terror, asumió su épica
de manera personal (cruzando arroyos y ríos, calles bloqueadas, evadiendo
paramilitares y malandros), haciendo lo imposible para cumplir con su deber
cívico, político, ético, moral... superando las amenazas de adentro y de
afuera. Haciendo recordar aquel 13 de abril de 2002 cuando ese mismo
"pueblo bravío" salió a las calles, constitución en manos, a demandar
el retorno de su presidente constitucional Hugo Chávez, derrocado brevemente
por un golpe cívico-militar.
Pero
ese apoyo recibido por el gobierno de Maduro incluye un necesario golpe de
timón, que incluya las transformaciones políticas, económicas, sociales y
culturales para el fortalecimiento de un estado socialista, basado en las
comunidades, en los intereses populares. También habrá que lidiar con los que
desde adentro destruyen el legado de Chávez, y con los apátridas dispuestos a
entregar Venezuela -y sus recursos naturales- a los intereses de Estados Unidos
y las corporaciones trasnacionales.
Es
difícil para EEUU y sus repetidoras aceptar la realidad. La verdad-real se
impuso a la verdad-mediática, a la posverdad, lo que no significa que no
continúen en su intento de condenar, demonizar, aislar a Venezuela bolivariana,
locomotora del renacimiento del ideal de integración regional. Es difícil que
los líderes de la oposición varíen su rumbo, a pesar de su falta de
credibilidad y sus fracasos en cadena: la violencia no da réditos.
Despertar
de golpe a la realidad
Habitualmente,
cuando la oposición venezolana trata de dar un golpe de estado (hace tres
lustros que lo intenta) el chavismo se reagrupa y crece, y ahora más en el
marco del rechazo a las declaraciones y amenazas a granel de Trump (quizá
convertido sin quererlo, en el mejor apoyo a Nicolás Maduro) y la injerencia
extranjera en los asuntos de Venezuela. Pocos esperaban esta movilización popular,
esta afluencia de votos.
Hubo
otras acciones que contribuyeron a que muchos votaran, como el aumento
sustancial de la distribución de alimentos y la práctica eliminación de las
colas de horas para abastecerse; los periódicos reajustes de los sueldos y las
pensiones; el rechazo de muchos opositores a las acciones violentas financiadas
por sus dirigentes a delincuentes y paramilitares, y la organización de las
bases chavistas para orientar a los votantes.
Sería
irreal pensar que un acto electoral daría por terminado el conflicto político,
pero hay una pieza nueva en el tablero de ajedrez: la existencia de una
Asamblea Constituyente que bien puede profundizar el conflicto, o ayudar a
superarlo con un llamado a un proceso de negociaciones, quizá con
acompañamiento internacional. Las bases del acuerdo al que se arribe pudieran
incluso constitucionalizarse de mutuo acuerdo y someterse a una consulta
consensual antes de la elección presidencial.
La
oposición, insuflada por el terrorismo mediático internacional que trató de
inviabilizar el acto cívico, declaró (como desde hace 18 años) el fraude antes
incluso del acto electoral; señaló que no fue concurrido, que no vale y no es
legal. Seguirán los argumentos enfrentados y contrastantes sobre lo acontecido.
El
problema de fondo sigue siendo el económico. Mientras no mejore la economía,
habrá malestar social y político. Para algunos analistas, agosto parece ser
momento para que el gobierno se anime a modificar la política cambiaria y
permitir que el empresariado comience a manejar sus propias divisas.
La
semana anterior a la elección de constituyentes, y protagonizada por la Mesa de
la Unidad “Democrática” (MUD), la cúpula empresarial y por la oposición
política que siempre ha representado un papel antidemocrático, una nueva
versión de paro cívico de julio de 2017, pretendió superar el rotundo fracaso
de la puesta en escena en 2002-2003.
Esta
vez intentaron una paralización ya no mediante el sabotaje de la empresa
petrolera y la privación de la gasolina a los transportistas sino impidiendo la
movilización de personas y de bienes; colocando obstáculos en las calles y
promoviendo actos de violencia copiados de películas gringas: explosiones,
incendios, violencia, armas, terror, fuego, y hasta héroes enmascarados con
capas y escudos, a los que solo les falta volar.
“La
lucha no solo va a continuar, sino que se va a profundizar con toda la fuerza y
dignidad”, señaló el dirigente opositor Julio Borges. “Es un momento
dramático y peligroso pero no la batalla final”, concluyó el exfuncionario
chavista y ahora opositor Vladimir Villegas.
“La
oposición está esperando el momento en que se establezca la ANC para anunciar
un Gobierno paralelo. Esto será caldo de cultivo para la intensificación del
clima de guerra y corremos el terrible riesgo de que se genere una guerra
civil”, señaló Felipe Pachano Azuaje, profesor de la Universidad de los Andes
Mientras,
la Iglesia Católica sigue respaldando el terrorismo y a la oposición, por todos
los medios, pese a lo que diga el Papa. Es repugnante la utilización de las
misas para imponer un punto de vista partidista, así como el uso supersticioso
que hacen sacerdotes de versículos de la Biblia, como el que refiere al 666.
Catolicismo no es cábala, señala el politólogo Puchi.
Hablando
de cifras
Según
la encuestadora Datanálisis, guionista habitual de la MUD, el 72,2% de los
ciudadanos rechaza la Asamblea Nacional Constituyente (ANC). La mayoría de los
dirigentes de la oposición dicen que el chavismo ha desaparecido, que el 80 %
de la población se opone al gobierno. Si el 80% es opositor no se entiende el
porqué de todo el esfuerzo y la violencia desatada para impedir que los
ciudadanos concurran a votar.
La
oposición especulaba que el miedo que lograron infundir en episodios en los que
han quemado vivos ciudadanos, acciones violentas (más de 110 muertos y 1.500
heridos), como la destrucción de máquinas electorales en las fronterizas
Táchira y Mérida, pudiera reducir la votación. Junto a ello sumaban las
dificultades para transitar libremente a causa de las barricadas instaladas y
el temor a ser baleado en el camino al centro electoral y de que marquen las
casas de quienes voten, como hacían los nazis con las casas de los judíos.
No fue
casualidad que la oposición haya “inventado” la cifra de 7.676.894 votos en el
“plebiscito” interno realizado el domingo 16 (con escasa participación y actas
quemadas ipso facto, sin que las revisara nadie). El Registro Electoral
contiene unos 19 millones de ciudadanos. En las 20 elecciones realizadas desde
1999 se ha producido una abstención media del 20 al 25% (de 3.800.000 a
4.750.000 electores).
El
chavismo ha logrado promedialmente un 55% de los votos (que serían en esta
elección entre 7.837.000 a 8.360.000 votos). De no alcanzar esa cifra “mágica”
manejada por la oposición dos semanas atrás, podrían hablar de fracaso
gubernamental
EEUU
tomó el mando
El
pasado 13 de julio tuvo lugar una reunión secreta en la misión estadounidense
de la OEA en Washington, presidida por el exrepresentante permanente de EEUU
ante este organismo, Michael Fitzpatrick, y el director para América Latina del
Consejo de Seguridad Nacional, Juan Cruz, con selectos invitados diplomáticos
de Latinoamérica, el Caribe, Europa y Asia, a quienes instruyeron para iniciar
una fuerte campaña mediática en contra de la Asamblea Constituyente y
anunciaron sanciones contra Venezuela y los chantajearon para que sus gobiernos
impusieran sanciones bilaterales, similares a las operadas por Estados Unidos.
Conscientes
del fracaso de la OEA, avanzan con quienes pueden chantajear. Fitzpatrick y
Cruz entregaron en la reunión copias de dos artículos que delinean la táctica
político-ideológica del actual Departamento de Estado en su lucha contra el
gobierno bolivariano: Un texto publicado el 23 de junio en The Wall Street
Journal (“La última batalla por la democracia en Venezuela”) y “La bomba de
hidrógeno de Maduro” publicado por “Caracas Capital Markets”, en la cual se
llama a evitar la “cubanización” de Venezuela.
Las
órdenes fueron respetadas: El presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, tuiteó
el 16 de julio que “suspender la constituyente” (…) “es el único camino para
lograr la paz en Venezuela”; el colombiano Juan Manuel Santos, pidió el 17 de
julio “desmontar la constituyente”, el mismo día que Trump dijo que “Estados
Unidos tomará fuertes y rápidas medidas económicas”, palabras repetidas por los
portavoces del Departamento de Estado Heather Nauert y Sean Spicer. Brasil,
Argentina, Costa Rica, Puerto Rico, Perú y México, se han sumado a la línea
dictada por EEUU.
En
completa concordancia con el “grupo de amigos” (injerencistas, golpistas) de
Kirkpatrik y Cruz, la alta representante de la Unión Europea para la política
exterior, Federica Mogherini, instó a Maduro a suspender la Constituyente y
amenazó con que todas las opciones, incluidas las sanciones, “están sobre la
mesa”.
¿Alguien
a estas alturas le quedan dudas sobre los planes de Washington sobre Venezuela,
a la sazón, dueña de la reserva petrolera certificada más grande del mundo,
también de oro, y la cuarta más grande de gas? El problema de Washington es que
la oposición ha fracasado en cada intentona (por las buenas, por las malas y
las peores también), al igual que el “ministerio de las colonias” en el que
intentan convertir nuevamente a la OEA.
La
desvergüenza de los intervencionistas
Los
grandes poderes de Occidente ya mostraron su voluntad de terminar con el actual
gobierno de origen chavista. El viejo y corrupto líder del socialismo español,
Felipe González, pide que las Fuerzas Armadas de Venezuela intervengan y den la
solución; Luis Almagro, el uruguayo Secretario General de la OEA, convoca a su
amigo, el argentino Luis Moreno Ocampo –ex Fiscal del Tribunal Penal
Internacional-, para que analice la posible existencia de delitos de lesa
humanidad y se pueda llevar a Tribunales Internacionales a autoridades
venezolanas.
Mike
Pompeo, Jefe de la CIA reconoce estar visitando a los gobernantes de Colombia y
México para buscar un gobierno “estable y democrático” en Venezuela, dado que
allí Estados Unidos tiene "profundos intereses".
Esta
injerencia es un avance de la campaña de prensa (terrorismo mediático) que ya
vienen desarrollando sobre la violencia existente en Venezuela. La mayor parte
de los más de 110 muertos que lleva esa violencia tiene que ver con hechos
provocados por sectores vinculados a la oposición y financiados por EEUU,
España y Colombia, que crecen en el ejercicio de la violencia, mientras pierden
en capacidad de movilización.
Quizá
no sea correcto calificar todos los actos de violencia de calle como
terrorismo. Pero el impedir por la fuerza y bajo amenaza que la gente salga de
su casa sí tiene las características propias del terrorismo: es una acción
contra la población civil, que se basa en la violencia y genera miedo o terror.
El
semanario financiero The Economist en su edición del 29 de julio (un día antes
del acto electoral) tituló: “Venezuela en el caos – Lo que el mundo debiera
hacer”. ¿En nombre de quién, o de qué, “el mundo” debiese intervenir, hacer
algo, inmiscuirse en lo que las reglas de la convivencia internacional suelen
llamar ‘asuntos internos’?, pregunta Louis Casado. El “mundo” en este caso
quiere decir los EEUU, agitador en jefe y financista de lo que ocurre en
Venezuela, preconiza muros contra la inmigración, no contra sus intervenciones
militares.
Hablan
de caos, de guerra civil, cuando en 2014, según el FBI, hubo en EEUU 8 mil 124
muertes por disparos de armas de fuego, sin que nadie se conmoviese. Según el
New York Times, en EEUU “la tasa de homicidios cometidos con armas de fuego es
de 31 por cada millón de habitantes, el equivalente de 27 personas asesinadas
cada día”. En México se produjeron 1.938 homicidios solo en el mes de enero,
parte de las decenas de miles de asesinatos cometidos por narcotraficantes y
paramilitares. Pero, The Economist mira para otro lado, claro.
“Dar
vuelta” esa información, al igual que ocultar las horrendas muertes -por el
fuego- de gente del pueblo, producidas por los provocadores, no son errores, ni
casualidades, son políticas pensadas en laboratorios inhumanos, destinadas a
sembrar el terror y convencer a la opinión pública. Algo semejante ya se vino
practicando en la guerra de Siria.
Desde
una radio chilena que me entrevistaba me reclamaron que dijera que el domingo
“no va a pasar nada”. “¿Pero usted no lee los diarios, no ve televisión?”, me
espetó la periodista. Precisamente por ello, le respondí. Y le recordé que una
de las pocas veces que Estados Unidos y la Unión Soviética se pusieron de
acuerdo en la ONU, fue para aprobar el reconocimiento del derecho de los
pueblos a decidir de su propio destino.
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